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viernes, 14 de febrero de 2014

El dentista y la vaca.

Hoy es San Valentín. Por mí se puede ir a tomar por culo y atravesarse el corazón con una flecha de su colega Cúpido.
Después de la rayada monumental del otro día vuelvo a ser el mismo. Hoy he celebrado el día levantándome tempranito y yendo al dentista. La verdad es que desde que Henry me dijo que tener una buena dentadura era primordial para zumbar, ahí va el tío cada año un par de veces a darse una limpieza.

Hoy era el día. He llegado y, para mi sorpresa, la higienista que me ha tocado era bastante sexy y atractiva. Tendría unos cuarenta años. Pero además de tener una cara bonita se le intuía un buen cuerpo debajo del uniforme. Y la boca compae. Menudos labios tenía la niña. 

En cuanto le dije un hola seguido de una patochada de las mías la chica se rió y empezó a hablarme en castellano, porque, recordemos, aún no sé catalán. 
Me senté en aquella silla que parece más un instrumente de tortura que un sillón para realizar "actos dentales". Y me enchufó el puto aspirador ese que odio. Se colocó la mascarilla y se puso manos a la obra. 
Normalmente lo paso un poco mal pero esta vez cuando me miró, aquellos ojos tan bien pintados me pusieron de un palote que flipas. Así pasé casi todo el asunto. Imaginando las cosas que haría con aquella boca que, seguro, sabía a puro cielo.
En ese momento me hizo un poco de daño en la encía y di un respingo.

- Si te hago daño levanta la mano izquierda, ¿vale? 

Juro por Dios que lo dijo de una manera tan suavita que.... Joder, la hubiera reventado allí mismo. No veas como me puso. Aún así pude controlarme y le hice una sonrisita. 
Cuando iba a acabar y estaba ya haciendo el pulido se me recaló un poco el diente y volví a respingar. La tipa dio una carcajada y va y me suelta:

- Lo siento si te he hecho daño. Pero conozco un remedio infalible para eso. Enjuágate y verás.

No sabía muy bien a que se refería pero así lo hice. Me enjuagué y acto seguido la illa se me sienta encima, empieza a besarme y me desabrocha los pantalones.
Yo flipando, sin decir nada claro. Porque la verdad es que justo había imaginado eso. Que aquella silla de tortura se convertía en una silla de hacer cosas guarras.  
Así empezó la madurita con la felaguay. Y madre mía como lo hacía. Lo que yo decía. Aquella boca era como rozar el cielo y sus suaves nubes.

- ¿Te gusta?- Me dice.
- Pues claro.
- Lo sabía. A mi marido le encanta.

¡Mierda! ¿Tiene marido? ¡Será puta! El marido pensando que está sacando una muela a un pobre viejo y lo que está es intentando sacar otra cosa. Aunque bueno, ¿a mí que cojones me importa? eso es problema de ellos. Yo, gracias a Díos, cumplí con mi parte que es llevar siempre un condón encima y y estar presto a la acción.

Pues quillo, la tía se me monta encima y empieza a cabalgar. No entiendo como cojones no le estorbaba toda la parafernalia de aquel sillón. Parecía como si estuviera acostumbrada a eso. Y, seguramente, no fuera la primera vez que se zumbaba a un tío en la consulta. 
La cogí y la puse a ella abajo pero tío, esto no es lo mío porque me di varias veces con el puto foco en la cabeza. Entonces, de repente la puerta se abrió. Me asusté, me di un golpe fuerte con la luz y me caí para el lado. Tiré todos los instrumentos que allí había y pollas, me tiré encima el vasito de agua. Era la recepcionista, que claro, se quedó flipando. 
- Lo siento-, dice. - No pensaba... pero seguid, seguid. 
Pero la pava no se fue, la tía cerró la puerta con llave y se sentó allí, en una silla y empezó a mirar mientras se pasaba la lengua por los labios.
La higienista se pone a cuatro patas en el suelo y suelta: "Venga chaval. Sigue follándome". Y me lo dijo de tal manera que me puse cachondísimo en un segundo y enseguida estaba ahí, dándole otra vez lo suyo. 
No podía dejar de mirar a la recepcionista que para mi sorpresa se había quitado la falda y estaba sacándole brillo a su clítoris. Pero tronco, la tía estaba bizca. Estaba gozando lo suyo pero con los ojos cruzaos illo. Eso a la vez que tenía la cabeza levantada y que movía la mano como treinta veces por segundo era algo digno de ver. Y luego, encima, empieza a gemir como una puta vaca. 

Qué fatiga. Seguro que se enteró toda la clínica que había una vaca masturbándose en la consulta. Menudo cuadro. 

Cuando acabamos, la higienista me pidió el teléfono, y me dijo, textualmente, esto:
- Ha estado muy bien, campeón. Tendrías que darle clases a mi marido. Lástima que él no la tenga tan grande. Aún así, le voy a dar tu número a mi hija. Seguro que le viene bien que le echen un buen polvo, así se espabila. Que ya va para veinticinco años y esta un poco atontada.

Después me enseña una foto de la niña y, me cago en San Botón, la nena está tremenda. Buenísima. Y su carita de ángel me la vuelve a poner dura. ¿Lo veis? si es que no soy yo. Pero si me buscan me encuentran. Y siempre me están buscando.

En fin. Ha sido un San Valentín diferente. Especial. Me imagino que el enano alado ha hecho que esta consulta, por ser en su día, acabara con algo más que una limpieza bucal. Gracias pequeñajo.
Ahora toca descansar. 

Joder, tengo que buscar a las vecinas del sexto en el Facebook. Tengo que empezar a mover hilos...

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