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jueves, 13 de febrero de 2014

Aprendí a olvidar billares y minifaldas.

Puede parecer que un tío como yo, que anda siempre zumbando y dando y con dinero casi ilimitado para gastar, es un tío frío que no siente ni padece. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que, con "amor" de por medio, la vida es mucho más fácil. Anda que iba a pensar que hace tantos años, cuando me fui de mi pueblo, iba a hablar con estos palabros.

Este no va a ser un escrito divertido, ni mucho menos. Quizás esto es lo más serio y profundo que me ha pasado en la vida. Y mira que de profundizar entiendo un huevo. Pero no. Esto se trata de la otra parte de mí, esa que está escondida debajo de muchas capas, que no me gusta mostrar, pero que, como la que se ve a simple vista, forma parte de mí.


Seguramente penséis que este menda es un vividor que va a su propio beneficio. Que no piensa en nadie más que él, que incluso no piensa ni con su cabeza superior. Es cierto, es lo que soy. Pero hubo una vez en la que la piedra que tengo en el pecho se resquebrajó y empezó a verse algo de color rojo. Puede que incluso demasiado. Ese día, a este canalla, le partieron en dos el alma.


Habían pasado ya tres años desde que había llegado a la capital del mundo. Pensaba ya en inglés y todo. Había follado todo lo que no lo había hecho en dieciocho años. Me había fumado más petas que pelos tienes en la cabeza y, seguramente, había roto tantos corazones como felaguays había recibido. Pero eso me daba igual.

Henry había escrito su libro basado en mí. Una novela de como un español profundo podría llegar a triunfar en La Meca del mundo. Y ahora éramos amigos casi inseparables. Incluso a veces nos follábamos a las mismas tías.

Una noche que parecía iba a ser como otra cualquiera, tipo: un bareto guay; unos martinis; unos billares con unas minifaldas y un polvo salvaje que acaba de madrugada. De repente aparece una chica morena, y juro que tenía la sonrisa más dulce y radiante que he visto en mi vida. Esa energía que desprendía no era normal. Entonces me olvidé de billares y minifaldas. Y curiosamente me sorprendí pensando que quería conocerla, pero no follármela.


Se llamaba Aeryn. Sí. Ya sé. Nunca había oído ese nombre. Pero resulta que es un nombre de origen gaélico y, como toda ella, era perfecto.

Habíamos pasado toda la noche hablando de cosas. Le hacía mucha gracia mi acento, y eso me divertía. Era una chica del tiempo. Sin curro ni noticias donde darlo. Pero lo era.

Bueno. Seguro que esa noche dormí con una sonrisa en la boca, porque aquello que sentía nunca lo había sentido. Porque nunca había deseado tanto besar a una tía como lo había deseado. Y me refiero a besarla sin que llevara un seguido acto de sexo duro. Besarla, sin más y disfrutar ese beso.


Conseguí su teléfono y poco a poco fuimos viéndonos cada vez un poquito más. Cada vez que no estaba con ella el estómago vivía en una montaña rusa y el ansía por volver a verla me estaba carcomiendo. Además, cada día en el que habíamos quedado yo no dejaba de preguntarme como se comportaría. Realmente tenía miedo de que lo que había ido consiguiendo desapareciera. Pero no, siempre tenía una caricia, un roce o algún gesto que me hacía que me invitaba a pensar que todo seguía ahí, en su sitio. Al igual que su mirada. Esa mirada acompañada con una sonrisa que me decía tantas cosas...

Es curioso como, cuando tienes tantas, tantas, tantas ganas de ver a una persona, te juegas la vida. A ver, no flipéis. Me refiero a que cuando había quedado con ella, como tenía infinitas ganas de verla, cruzaba las avenidas como si no hubiera coches andando por ellas. Y me daba igual que me pitaran. Tenían envidia. Yo iba a estar en poco tiempo con la chica más guay del mundo. Ellos no. Eso pensaba.

Fue después de unos cuantos encuentros cuando me atreví a besarla. Illo, ¿qué cojones me estaba pasando? Disfrute tanto de aquellos labios que tuve tanto miedo que me aparté.

- ¿Qué estamos haciendo?  - Le dije medio sorprendido.
- Me has besado. - Me contestó.
- Ya, pero es que es tan perfecto esto que tenemos que me da miedo cagarla.

Aún así las ganas pudieron más que la rayada momentánea. Así que los días pasaron y pasaron. Y las citas se duplicaron. Lo que me provocaba estar cerca de ella era la cosa más grande que me estaba pasando y yo era feliz, simplemente, tocando su cara. Sin más.


Aeryn.... no sé. Si tuviera que describirla en una palabra sería imposible. Energía, tal vez. Pero era tantas cosas a la vez...

A lo mejor os estoy aburriendo. A todos nos gusta leer cosas locas, guarras y formas de dar y recibir placer de una manera cómica. Esas cosas que he contado, y contaré son ciertas. Pero las cambiaría todas, sin duda, por la oportunidad de poder cambiar aquella decisión.

Increíblemente, después de dos meses de esto, no nos habíamos acostado. De hecho no me hacía ni falta. Rompí cualquier tonteo que pudiera tener con alguna otra tía. Si la cosa no funcionaba, desde luego, no sería porque yo le diese motivos para ello.


Entonces llegó el día. El puto día en el que las piernas me temblaron y en el que, por primera vez desde que llegué a Nueva York, el miedo me sobrepasó. Aeryn llegó súper contenta. Radiante. Preciosa. Y bueno, no se andó con rodeos.

- "Cabesa" - Así me llamaba porque una vez se lo escuchó a un sevillano y para ella no había distinciones, todos los andaluces hablábamos igual- ¡Me ha salido un noticiero!
La estrujé contentísimo.
- Siiiiiii. Cómo me alegro pequeña. ¿Dónde?
Aquí hubo una pausa. Larga. Y su cara cambió por completo.
- Seattle.

..........


- Vente conmigo.


.......


Recuerdo perfectamente como fue el sentir que una tonelada de presión invisible te cae a plomo. Como todo se nubla. El corazón no sabes si ha dejado de latir o se te va a salir del pecho. Todo deja de fluir. Todo es una mierda. Pude haber dicho que sí. Tenía dinero para aburrir. No tenía nada que me atase. Nada que hacer. Su sombra me bastaba. Pero aún así la respuesta que salío de mi boca fue clara.


No.


De repente me vi ahí, con ella, haciéndole daño. Tenía miedo de lo que pudiese hacerle. Me daba miedo cansarme y empezar con el rollo de sexo y maría. Me daba miedo cagarla. En ese momento eso me parecía imposible. La quería demasiado. Pero soy un alpujarreño insaciable de vivir a mi ritmo y ese miedo me pesó más que todo.


Cometí el fallo humano. El fallo de adelantarse a las cosas. De no vivir el presente. De tener miedo a cagarla sin saber si lo harás. No confié en mí. Ni confié en ella. Saqué problemas de donde no los hay. Por eso siempre recordaré la conversación posterior con Henry:

- ¿Sabes? - Me salta de repente-, los ojos, realmente, son la venda más grande que tenemos y no nos deja ver.
- Eso es imposible tío. Si vemos por los ojos.
- Ese es el problema. Que sólo vemos por ahí. Nos empeñamos en mirar y mirar. Y a menudo olvidamos que las cosas más importantes, las que nos hacen estar vivos no se ven, se sienten. Lo único que hacemos es adelantarnos y buscar problemas visibles para cosas invisibles.
- Ea. Illo, Ahora vas y lo cascas. Déjame vivir y no me rayes.


No me ha vuelto a hablar de Aeryn porque sabe que me duele todavía. Porque si aquello no siguió fue por mí, mi cagalera y nada más. A cambio de eso, ella no se resintió ni se enfadó. A cambio me dio un beso. El mejor beso del mundo. El mejor beso que me han dado.


Ahora sigo aquí, en Barcelona, años después, sin saber nada de aquella tía de la que estuve tan colado. A mi rollo, como siempre. Quizás todo lo que soy es por eso. Miedo a cagarla de nuevo. Puede que tanto polvo y tanta felaguay, tanto cocodrilo en el Nilo y tanta salida nocturna se deba a un deseo irremediable de esconder esa parte mía, que se que existe y ahí esta, amenazando con salir y cogerme por los huevos.


Aquí sigo, acojonado en la puta esquina del rellano entre el quinto y el sexto piso. Y manda cojones que encima parezco un puto filósofo. Quién me iba a decir que iba a aprender a hablar bien, con palabras que, hace unos años, no sabía ni que existían... vaya pollas, compae.


Necesito un porro. O dos.


Creo que me voy ir de fiesta..

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